En la médula espinal el impulso de la ilusión del regalo meditado para sorprender.
Tras el viaje, una María y un Miguel sonrientes e incansables esperan con una tonelada de albóndigas de conejo... No digo que soy vegetariana, por cortesía.
En la médula espinal, el miedo de haberme quedado sola en el pueblo abandonado que alcanzamos tras muchas horas caminando, la reverberación de mi propia voz gritando un nombre y recibiendo mi propio eco enmedio de la nada.
Al llegar al calor, María y Miguel se comen nuestros langostinos y se beben nuestro vino. Me río mucho de lo inesperado.
En la médula espinal, el nerviosismo de haber planteado alcanzar un punto elevado y lejano en bicicleta. Nunca antes subí un puerto así... y tampoco tuve mucho éxito esta vez. En la médula después, el cansancio y la asunción de las limitaciones de una.
En la médula, sé que esto no es lo que debería estar sintiendo pero es lo que siento...
En la piel, el frío sol del Bierzo y el aire limpio.
(El domingo, María me cuenta que su hija es vegetariana y tampoco come albóndigas de conejo).
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