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Por
las carreteras de Etiopía lo que menos abundan son los coches.
Las
carreteras etíopes son un desfile continuo de personajes que se
mueven de un lado para otro sin cesar, durante las 24 horas. Existe
apenas un puñado de kilómetros desiertos. El resto de los caminos
los recorre por igual un coche cada 3 ó 4 horas... y un constante
bullicio de rebaños de cabras, carros de madera tirados por burros,
manadas de bueyes chepudos, mujeres con pesados sacos a la espalda,
hombres con látigos guiando su ganado, niños pequeños curtidos por
el sol haciendo lo propio, tuc-tucs azules llenos de pegatinas,
mujeres con enormes fajos de paja a la espalda, bicicletas, niños
que corren jugando con un aro de alambre, niños que bailan y cantan,
ancianos charlando, mujeres con un niño a la espalda y otro en el
regazo, monos, caballos montados por grandes vaqueros, desvíos polvorientos para que las máquinas chinas continúen asfaltando, alguna moto
con dos o tres o cuatro pasajeros, niñas que venden frutas
suculentas, mujeres con mochilas de piel llenas de kilos de sorgo, camiones humeantes demasiado cargados, paquetes de patatas a la venta, montañas de cebollas moradas a la
venta, mujeres andando descalzas con peso por todo el cuerpo, miel
colgando de los árboles...
Pero
el personaje principal es otro. La constante en el norte, sur, este,
oeste, centro del país, en cuanto sacas un pie fuera del centro de
Addis, es el bidón amarillo. El bidón amarillo porteado siempre por
una mujer o una niña. Etiopía es hoy en día el país con peores
condiciones de acceso al agua potable. En el país viven 94 millones
de personas. Sólo el 24% de estas personas tiene acceso a agua
saludable, y sólo el 10% la tiene en su casa o poblado. El resto de
ese 24% camina -distancias de entre media hora y hora y media por
trayecto- para acudir a un pozo comunitario de agua potable. El 66%
restante obtiene el agua que consume de ríos y fuentes naturales
donde el agua no está tratada y se comparte con el ganado. En todos
esos desplazamientos el protagonista es el bidón amarillo. Y la
heroína es, en el 90% de los casos (según las estadísticas; por lo
que yo vi, en el 100%), es una mujer o una niña de cualquier edad.
El bidón puede tener una capacidad de 5 ó 10 litros (he visto niñas
de 8 años llevando esa carga en su espalda). Columnas dobladas,
sudor, pies descalzos en los que se clavan las piedras del camino...
para llevar a casa el agua del día (casi siempre insalubre). Cada
miembro de la familia consume 5 litros por día. Ésa es la cantidad
que descarga mi cisterna. En un día, consumimos aquí 250 litros de
agua potable al día. Agua para 50 días (casi dos meses) allí.
Hay
otro personaje secundario muy recurrente.
Son
los "mendigos de agua", niños que corren junto o tras los coches y
gritan desesperados: “¡Highland, highland!”. Highland era la
única marca de agua embotellada en Etiopía hace unos años y ahora
ya no existe. Estos niños piden agua potable. Los jaranji* (y
los pocos locales -ricos- que tienen coche) se liberan de su culpa
lanzándoles botellas vacías. Hoy por hoy, los niños ya se
conforman con ese objeto de plástico vacío (lo que ellos querían
era lo de dentro) que contaminará aún más el agua sucia que
recogerán en los ríos con él. Pero no es lo que quieren, no es lo
que necesitan. Lo que quieren no se lo puede dar un turista
ocasional...
El
faranji sólo le da una ilusión, un parche a su precariedad,
una fuente futura de problemas de salud. ¿Quién de todos esos
turistas reutiliza sus botellas de plástico? ¿Acaso no es vox
pópuli que el plástico de mala calidad se vuelve tóxico en unos
pocos usos? ¿Quién de todos esos turistas se lanzaría bajo las
ruedas de un coche para coger una botella lanzada por la ventana,
arriesgando su vida por una falsa solución? ¿Quién de todos esos
turistas diría a su hijo “No vayas al cole hoy*, quédate en la
carretera y consigue botellas”?.
Pues
si todas estas preguntas encuentran la misma respuesta (“yo no... y
creo que nadie”), ¿por qué se sigue haciendo?
“Leave
nothing but footprints. Take nothing but memories”.
*
Faranji es como nos llaman a los blanquitos allí en Etiopía,
a gritos desde detrás de las vallas, desde el otro lado de un valle,
desde las cunetas. ¡Faranji, faranji! Como una banda sonora que te
recuerda que igual de llamativo eres tú para ellos... como debía
ser un negro en España hace 50 años.
*En
Etiopía, el 15% de las niñas no acuden nunca a la escuela, como el
10% de los niños. De los que empiezan, sólo el 40% termina la
educación primaria. Datos de Unicef.