(Para leer esta entrada hay que ponerse música).
Suenan fuera los grillos y esa canción que se oye en todas partes (desde los altavoces de los autobuses atestados que cruzan el desierto de Sanetti a 3800 metros de altura, hasta la radio del artesano de neumáticos que convierte la goma en zapatos).
Suena eso, y detrás un ajetreo de motos, risas, puertas que se cierran y se abren zumbidos de mosquitos, el rezo del Imán (más fuerte) y el rezo del sacerdote ortodoxo (más atenuado, es Arba Minch).
Es Arba Minch, donde la piel quema y salen arruguitas sobre la nariz por navegar al sol entre cocodrilos y cruzando la sabana en busca de una manada de cebras o gacelas.
Llegar aquí desde el Sur, ha sido como viajar en el tiempo... hacia delante. A menos de 200 kilómetros, la gente huele a barro y a oveja, la gente bebe café la piel de media calabaza endurecida por el humo y no sabe cultivar la tierra o hacer un jarrón de cerámica o forjar el hierro.
Del Neolítico a la Universidad en 3 horas.
Por la avenida de la universidad de Arba Minch, pasean chicas musulmanas sin velo y parejas que se abrazan mientras sostienen sus libros. Los estudiantes se reúnen a jugar al billar americano en la Pool House.
Ahora, escucha esta alucinante canción, mientras navegas por el resto de mis fotos.
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