Me envuelve un denso aroma a frío, un aire gris y plomizo que amenaza una lluvia que sólo llegará cuando esté bajo techo.
Mi compañero de viaje está tumbado sobre la roca, vigilando pacientemente el proceso de mi dibujo de la mano y del alma.
Mientras me espera, se va fundiendo con las rocas y con las plantas.
Cuando vuelvo mis ojos hacia él después de ir y venir cientos de veces del papel al paisaje y del paisaje al papel, se ha fundido tanto con el suelo que me cuesta encontrarle, casi desapareció.
(Después, nos re-materializamos comiendo gambas y bebiendo sidra).