sábado, 20 de septiembre de 2014

Del Neolítico a la Universidad


(Para leer esta entrada hay que ponerse música).

Suenan fuera los grillos y esa canción que se oye en todas partes (desde los altavoces de los autobuses atestados que cruzan el desierto de Sanetti a 3800 metros de altura, hasta la radio del artesano de neumáticos que convierte la goma en zapatos).

Suena eso, y detrás un ajetreo de motos, risas, puertas que se cierran y se abren zumbidos de mosquitos, el rezo del Imán (más fuerte) y el rezo del sacerdote ortodoxo (más atenuado, es Arba Minch).

Es Arba Minch, donde la piel quema y salen arruguitas sobre la nariz por navegar al sol entre cocodrilos y cruzando la sabana en busca de una manada de cebras o gacelas.

Llegar aquí desde el Sur, ha sido como viajar en el tiempo... hacia delante. A menos de 200 kilómetros, la gente huele a barro y a oveja, la gente bebe café la piel de media calabaza endurecida por el humo y no sabe cultivar la tierra o hacer un jarrón de cerámica o forjar el hierro.

Del Neolítico a la Universidad en 3 horas.

Por la avenida de la universidad de Arba Minch, pasean chicas musulmanas sin velo y parejas que se abrazan mientras sostienen sus libros. Los estudiantes se reúnen a jugar al billar americano en la Pool House.

Ahora, escucha esta alucinante canción, mientras navegas por el resto de mis fotos.


Miedo (o los bichitos de Etiopía)



A todos los que me habéis preguntado: "¿Y no tuviste miedo?", "¿Y no era peligroso?", os dedico este post.

He sentido miedo en el Parque Nacional de las Montañas Bale y en el Parque Natural de Nechisar. Las dos zonas con menor densidad de población que he visitado. Sólo allí, miedo.

Miedo a no gustarle a la manada de nyalas y que salieran corriendo.

Miedo a que el cebro contento dejase de estar contento, huyera de mí y guardara su alegría.

Miedo a que el capitán hiératico de nuestro barquito siguiera acercándose a la familia de hipopótamos (el animal más peligroso de África).

Miedo a que el cocodrilo se enfadara más de la cuenta.

Miedo a que el pescador que cohabita con los cocodrilos tenga un susto mientras espera a que pique un pez gato sentado en su precaria barca de troncos.

Miedo a no verlo, a perdérmelo.

Y pasado el miedo, disfrutado el momento, sentido esas miradas... ya no tuve más miedo en todo el viaje.

Puedes ver más fotos de animales aquí.

ETIOPÍA Y EL BIDÓN AMARILLO

                                     (Visita el álbum completo aquí... y disfrútalo!!)

       Por las carreteras de Etiopía lo que menos abundan son los coches.

      Las carreteras etíopes son un desfile continuo de personajes que se mueven de un lado para otro sin cesar, durante las 24 horas. Existe apenas un puñado de kilómetros desiertos. El resto de los caminos los recorre por igual un coche cada 3 ó 4 horas... y un constante bullicio de rebaños de cabras, carros de madera tirados por burros, manadas de bueyes chepudos, mujeres con pesados sacos a la espalda, hombres con látigos guiando su ganado, niños pequeños curtidos por el sol haciendo lo propio, tuc-tucs azules llenos de pegatinas, mujeres con enormes fajos de paja a la espalda, bicicletas, niños que corren jugando con un aro de alambre, niños que bailan y cantan, ancianos charlando, mujeres con un niño a la espalda y otro en el regazo, monos, caballos montados por grandes vaqueros, desvíos polvorientos para que las máquinas chinas continúen asfaltando, alguna moto con dos o tres o cuatro pasajeros, niñas que venden frutas suculentas, mujeres con mochilas de piel llenas de kilos de sorgo, camiones humeantes demasiado cargados, paquetes de patatas a la venta, montañas de cebollas moradas a la venta, mujeres andando descalzas con peso por todo el cuerpo, miel colgando de los árboles...

      Pero el personaje principal es otro. La constante en el norte, sur, este, oeste, centro del país, en cuanto sacas un pie fuera del centro de Addis, es el bidón amarillo. El bidón amarillo porteado siempre por una mujer o una niña. Etiopía es hoy en día el país con peores condiciones de acceso al agua potable. En el país viven 94 millones de personas. Sólo el 24% de estas personas tiene acceso a agua saludable, y sólo el 10% la tiene en su casa o poblado. El resto de ese 24% camina -distancias de entre media hora y hora y media por trayecto- para acudir a un pozo comunitario de agua potable. El 66% restante obtiene el agua que consume de ríos y fuentes naturales donde el agua no está tratada y se comparte con el ganado. En todos esos desplazamientos el protagonista es el bidón amarillo. Y la heroína es, en el 90% de los casos (según las estadísticas; por lo que yo vi, en el 100%), es una mujer o una niña de cualquier edad. El bidón puede tener una capacidad de 5 ó 10 litros (he visto niñas de 8 años llevando esa carga en su espalda). Columnas dobladas, sudor, pies descalzos en los que se clavan las piedras del camino... para llevar a casa el agua del día (casi siempre insalubre). Cada miembro de la familia consume 5 litros por día. Ésa es la cantidad que descarga mi cisterna. En un día, consumimos aquí 250 litros de agua potable al día. Agua para 50 días (casi dos meses) allí.

         Hay otro personaje secundario muy recurrente.

     Son los "mendigos de agua", niños que corren junto o tras los coches y gritan desesperados: “¡Highland, highland!”. Highland era la única marca de agua embotellada en Etiopía hace unos años y ahora ya no existe. Estos niños piden agua potable. Los jaranji* (y los pocos locales -ricos- que tienen coche) se liberan de su culpa lanzándoles botellas vacías. Hoy por hoy, los niños ya se conforman con ese objeto de plástico vacío (lo que ellos querían era lo de dentro) que contaminará aún más el agua sucia que recogerán en los ríos con él. Pero no es lo que quieren, no es lo que necesitan. Lo que quieren no se lo puede dar un turista ocasional...

      El faranji sólo le da una ilusión, un parche a su precariedad, una fuente futura de problemas de salud. ¿Quién de todos esos turistas reutiliza sus botellas de plástico? ¿Acaso no es vox pópuli que el plástico de mala calidad se vuelve tóxico en unos pocos usos? ¿Quién de todos esos turistas se lanzaría bajo las ruedas de un coche para coger una botella lanzada por la ventana, arriesgando su vida por una falsa solución? ¿Quién de todos esos turistas diría a su hijo “No vayas al cole hoy*, quédate en la carretera y consigue botellas”?.

      Pues si todas estas preguntas encuentran la misma respuesta (“yo no... y creo que nadie”), ¿por qué se sigue haciendo?

Leave nothing but footprints. Take nothing but memories”.

* Faranji es como nos llaman a los blanquitos allí en Etiopía, a gritos desde detrás de las vallas, desde el otro lado de un valle, desde las cunetas. ¡Faranji, faranji! Como una banda sonora que te recuerda que igual de llamativo eres tú para ellos... como debía ser un negro en España hace 50 años.

*En Etiopía, el 15% de las niñas no acuden nunca a la escuela, como el 10% de los niños. De los que empiezan, sólo el 40% termina la educación primaria. Datos de Unicef.




martes, 9 de julio de 2013

Marruecos Enésimo

(del 3 al 7 de julio de 2013, puesta de largo del bro juan)


Poco puedo escribir yo sobre Marruecos.

Porque de la tierra en la que te sientes en casa, lo que querrías compartir serían menos las palabras… y más los olores, los sonidos, las sonrisas, los saludos, los sudores, los silencios, las llamadas de los imames desde los minaretes. 

Querría condensar en diez líneas un millón de saludos, merhaba, hat said, makei mushkil, unas cuantas risas, canciones que sonaban por cada esquina del gran Khaled como siempre, el olor a humo de la bulliciosa Jemaa el Fna, ese aturdimiento que provoca el calor y te lleva a perderte por calles nunca antes pisadas. 

Quisiera poner las manos de Zhora sobre cada uno de vosotros y que os regalara un masaje en el hammam, simultáneo con tres chicas marroquíes más, y las sonrisas pícaras entre ellas al verme tan blanca y tan tatuada…

Quisiera que recorrierais esas polvorientas carreteras repletas de gente en las cunetas yendo quién sabe a dónde, recorridos donde el tiempo se estira como chicle en una lentitud absurda que alterna con adelantamientos casi suicidas por puertos imposibles en el Atlas o camino de la playa de Essaouira. 

Y compartir el regalo de ver a mi hermano sorprenderse, cerrarse, abrirse, cerrarse, abrirse… hasta al final querer perder el avión y, de hecho, casi lograrlo. Jaja. Partidas de cartas interminables en la mitad del día donde sólo se oyen las chicharras que buscan una sombra para cobijarse.

Otra vez, Hám-dulilá, Marruecos detiene el tiempo para mí y me hace tantos regalos que Ryanair no me permite traerlos en la mochila y he de desmaterializarlos e incorporarlos al alma. Y así me ocurre, que en el Souk el Kebir un vendedor feliz de no venderme nada, asevera que he de tener antepasados marroquíes… y eso creo pues en mi alma tres días después aún resuena Aláaaaa-k-sbar.

 

Hasta pronto, nechaufu membaat, imshá-Alá.

(las fotos en http://www.flickr.com/photos/gabbibbi/)